miércoles, 29 de septiembre de 2010



Pisando en malmö
Lo que antes era aquí.
Estoy acá, digo y miro. Y estoy allá, en otro lado. No es haber vuelto a un lugar que se habitó y encontrarlo cambiado. Tampoco es volver a aquella zona conocida y no poder reconocer ni una sola cosa, piedra o planta, graffitti o fachada. Eso está y no pesa, porque llegué, porque vine como extranjera, alguien que nada conoce sino por referencia de otros, por nexos tan vagos que carecen de sustancia. Y sin embargo acá, pisando malmö, parándome en sus calles, en sus bocacalles, mirando sin reconocer sus muros, hay otras cosas que vuelven. El eco escalofriante de un mundo que se ha acabado. Algo que hubo y ya no es más. No yo en mi infancia, no yo en mis trenzas, no el idílico paisaje pintado con los dedos y al mismo tiempo, sí el idílico paisaje pintado por muchas manos. Antes acá, latinos arracimados con sus penurias y sus sueños. Eran muchos, éramos muchos, estábamos vivos. Niños y adultos, por igual vivos y encendidos dentro de un sueño común. Un sueño que nos pertenecía pero que no era individual. Era un sueño personal y era un sueño comunitario. Ahora no es lo mismo. Esta persona construida con tanto ensañamiento, esta que soy, sumada parte a parte de rincones largos y oscuros, de telarañas y semillas, no tiene inocencia. Y antes, no sólo yo en trenzas sino todos en sus barbas y sus pechos crecidos, tenían inocencia suficiente para creer que el cambio total y generoso, profundo y definitivo, era posible. Todo un mundo verde, laborioso y sin hambre. Y se colocaba todo lo demás en lugares secundarios, incluyendo muchas veces a las niñas en sus trenzas como yo. Porque había algo más grande que cada uno de nosotros, que nos pertenecía a cada uno de nosotros. Yo, mis pecas, mis patitas flacas, sabíamos ya entonces muchas cosas. Cosas que ahora, acá, añoro porque están, pero difuminadas. Ahora, con la inocencia desecada como una curiosidad dolorosa, sé que no hay una ola que cubra la mierda y reverdezca los huesos muertos, trayéndolos del hambre a la vida. Alimento, sin embargo, este fuego de los míos, este fuego que es también, mi pertenencia.
Por qué lo alimento, me pregunto en los momentos coyunturales, en las bisagras que permiten ir de una placa a otra, de un capítulo a otro. Y respondo más o menos igual, más o menos siempre. Porque el fuego alimenta e ilumina, porque mantener vivas las llamas es restitución de los muertos, de mis muertos, de nuestros muertos… y restitución de los que estamos vivos. Porque la esperanza es inexplicable y sólida, perenne, estoica, capaz de subsistir a base de las pocas legumbres que ofrece el cuerpo.
Acá, obligada a mirar en este mapa, igual que el perro obligado a mirar su orín cuando le refriegan el hocico sobre su humedad, para que aprenda y no se olvide… no hay escapatoria y sólo queda mirar y mirar fijo.En este lugar, tierra de exilio de los míos y de los no míos. Viene la memoria a cazarme. La memoria de un mundo que se desdibuja. Cosas que he perdido.

jueves, 6 de mayo de 2010

No tengo aire, respiro y no tengo resto... me he preguntado si ya llegué a la decadencia de todo fumador empedernido, pero no... simplemente no tengo aire, jadeo, no llego al asma aún.
Por qué empezar un blogspot abierto al mundo, un cibermundo de millones y millones, cuando la exposición no es algo tan copante para mí?
Porque necesito escupir lo que tengo atorado en los pulmones, recuperar bocanadas limpias, profundas....
kind of therapy?

Anoche soñé que estaba panza abajo en una playa blanca del pacífico. Dándole la espalda al mar, mirando una pared natural de caliza. Eramos varios en la misma cosa vacacionista de pereza. El agua nos cubría la cabeza, con suavidad, cada vez más seguido, hasta que reparamos que pronto nos quedaríamos sepultados bajo tanta agua.
Huímos. Yo me quedé con una niña ajena que se demoró en el baño, su padre se fue sin reparar en ella, sin llamarla, salió simplemente. Me la quedé, subimos escaleras, ella dócil y yo muda. Me desperté sin aire.

Tengo que llegar a la punta de este ovillo.